Anónimo by Maese

Anónimo by Maese

autor:Maese [Maese]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Grushenka Anónimo

10

Grushenka se estiró en la ancha cama de Marta.

Ésta le había dado un beso al marcharse, recomendándole que se personara en casa de la señora Laura a las doce. Grushenka durmió y soñó despierta. Se levantó perezosamente y se puso el vestido de campesina, dejando su hermoso vestido de viaje en el armario de Marta. Dejó todo su dinero, menos un rublo, sobre la chimenea, unas letras de despedida a su amiga, y abandonó la casa despacio.

No quería pensar en el futuro. Caminó tranquilamente hasta las afueras de la ciudad, cruzó la puerta, donde unos cuantos cosacos pasaban el rato, y siguió su camino hacia el Moscova. Se sentó a orillas del río, dejó vagar la mirada por la ancha llanura y observó, sin prestarles mucha atención, a los campesinos que recogían la cosecha. Las aguas del ancho río corrían rápidas. Más allá, nadaban unos muchachos.

Grushenka estaba soñando como sólo puede hacerlo un campesino ruso, un sueño sin pensamientos ni palabras, uniéndose a la tierra y convirtiéndose en parte de ella, perdiendo la noción del lugar y del tiempo. Cuando el sol cayó sobre el horizonte, se incorporó y regresó lentamente a la ciudad.

Se detuvo en una casa pública donde bebió un tazón de sopa, algo de pan y queso. Los escasos clientes y el posadero apenas se fijaron en la campesina con el rostro oculto bajo una pañoleta.

De regreso nuevamente a la calle, sacudió la cabeza enérgicamente y echó a andar con paso rápido hacia la casa de baños de Ladislaus Brenna.

Nunca había entrado en el lugar, pero conocía su reputación.

Ladislaus Brenna tenía un célebre establecimiento de baños frecuentado por gente de la clase media, y Grushenka había decidido convertirse en sirvienta de baños. Hubiera preferido conseguir el empleo en una de las casas de baños nuevas y elegantes, frecuentadas por la buena sociedad, pero no se atrevía por temor a ser descubierta.

Nadie iría a buscarla en la de Brenna.

Al abrir la puerta, dio con una enorme sala de baños para hombres. La sala ocupaba toda la planta baja del edificio. En un entarimado de madera blanca había de cuarenta a cincuenta tinas de baño colocadas sin orden ni concierto.

En las tinas se hallaban sentados los bañistas sobre banquitos de madera, con el agua hasta el cuello. Unos cuantos parroquianos se bañaban, otros leían, escribían en tablitas colocadas sobre la tina, jugaban entre sí o simplemente charlaban.

Mease L@C

Grushenka Anónimo

El señor Brenna estaba sentado al otro lado de la sala, detrás de un mostrador alto, con toda clase de bebidas y refrescos. Grushenka no perdió tiempo; se dirigió hacia él, mientras la seguían los ojos de todos los bañistas y celadores. Le declaró sin timidez que deseaba convertirse en una de sus sirvientas.

Brenna la examinó con mirada escrutadora y le dijo que esperara. Parecía una ballena, de unos cuarenta y cinco años de edad. Su pecho peludo, expuesto a las miradas, y su barba negra y descuidada fomentaban la impresión de desaliño que se desprendía de toda su persona.

Grushenka se sentó en un banco de madera y miró a su alrededor con curiosidad.



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